Esta mañana teníamos el primer Pleno del Parlamento desde que Alberto Catalán
anunció que se presentaba a encabezar UPN. Los fotógrafos andaban
revueltos intentando buscar una imagen en la que apareciera junto a
Yolanda Barcina, que ambos evitaron con éxito.
En ese pleno, volvió a evidenciarse, una vez más, la minoría parlamentaria de UPN y
la oposición consiguió rechazar el decreto que suprimía servicios de
urgencias rurales en pueblos pequeños con el mismo argumento
economicista que María Dolores de Cospedal en Castilla-La Mancha. Que
son caros y que va poca gente. Si hay que recorrer decenas de kilómetros
para ir a urgencia, que los recorran.
Tras la votación, los alcaldes de los pueblos que veían cómo sus
vecinos podían seguir siendo atendidos cerca de casa comenzaron a
aplaudir el resultado desde la tribuna de invitados. Una celebración
lógica, que Catalán cortó con un exabrupto exagerado, reclamándoles
respeto y destacando su calidad de electos. Mal perder.
Fue la primera de la mañana. Minutos después Catalán exigía a los
parlamentarios de Bildu y Aralar-NaBai que se quitasen las pegatinas en
demanda de respeto a los derechos de los presos. Herrira
había comparecido a las puertas de la Cámara para instar al Gobierno
navarra a abandonar su inmovilismo y a dar pasos y estos parlamentarios
llevaron su demanda al hemiciclo. Catalán amenazó con la expulsión a los
parlamentarios que asumían una reivindicación defendida por la mayoría
social de Euskal Herria. Ante esa amenaza, accedieron.
Dos muestras en una mañana del carácter del aspirante a dirigir UPN,
más allá de su verbo calmado y su pinta de no haber roto un plato. No en
vano, Barcina y Catalán son las dos caras de la misma moneda, de un
sistema basado en la exclusión de una parte de la sociedad navarra.
Catalán no es más que un recambio en un engranaje que ha demostrado
estar más que gripado. Hace falta cambiar la máquina entera y no solo la
pieza.
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